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Una laguna en la historia del arte cubano (página 2)



Partes: 1, 2

Lámina 2

Lámina 2. El conocido ídolo lítico
de Bayamo se exhibía en aquella primera
instalación del Museo Antropológico
Montané. Reproducción tomada de Dacal y
Rivero, 1986.

Esta institución, si bien al inicio fue aumentando su
colección, no creció su espacio expositivo. Se
oscureció el trabajo de
divulgación que desarrolló durante
veintitrés años con una Revista de
Arqueología y Etnología y
comenzó a pasar inadvertida para los medios de
difusión masiva, tanto en el orden cultural como en el
científico.

Por otro lado, la colección de arqueología
aborigen de la Academia de Ciencias de
Cuba (ACC)
-actual Ministerio de Ciencia,
Tecnología
y Medio Ambiente
(CTMA)- se encuentra en bóvedas, donde el acceso a la
misma queda extremadamente limitado. Algunos valiosísimos
ejemplares de esta colección se exponen, en calidad de
préstamo, en un pequeño espacio del Gabinete de
Arqueología de la Oficina del
Historiador de la Ciudad. Más de 250 museos provinciales y
municipales existen en toda la nación
que, en su gran mayoría y con criterios
museográficos poco idóneos, dedican espacio a las
colecciones indocubanas. Tales son, entre muchos: en
Holguín, el Departamento Centro-Oriental de
Arqueología de la antes ACC y los museos de la Periquera y
Baní; en Santiago de Cuba, el Museo de la Universidad de
Oriente y el Bacardí. Tomemos en cuenta también la
existencia de algunas colecciones privadas.

Como vemos, las obras de las artes indígenas de Cuba
sufren en la actualidad de una atomización en cuanto a su
proyecto
museable. Situación que nos retrotrae nuevamente a las
notas de la Arroyo: "Lástima grande que la indiferencia
del cubano por conocer sus más remotos orígenes y
la absoluta ineptitud de los gobiernos que hemos padecido, que
han ignorado totalmente esta fuente de cultura y
hasta la utilidad
económica que de estas investigaciones
podría derivar si las organizara debidamente y se crearan
museos que atrajeran al turista, hayan hecho que permanezca
todavía sin el menor apoyo oficial estas magníficas
colecciones y otras muchas que hoy se encuentran diseminadas por
nuestro país" (1943:54).

No obstante el haberse oficializado (y profesionalizado)
museos e instituciones
que se dediquen a estos estudios durante las últimas
cuatro décadas, no se ha mantenido un apoyo estatal
sistemático sobre los mismos. Lo que redunda en una total
falta de recursos para las
labores de campo.

Además, el proyecto museológico de este
período a traído como resultado -refiero
nuevamente- la disgregación de las artes aborígenes
por todo el territorio nacional, lo que dificulta en
demasía la
investigación del mismo. Se hace necesario entonces
clasificar y seleccionar las piezas representativas de todas esas
colecciones para conformar, dentro de una sola muestra con
carácter nacional, toda la diversidad de
temas y estilos que ha legado este pasado indígena al
patrimonio
cultural de la nación.
Y considero necesario volver sobre esta idea: es hora de aunar
voluntades para darle al patrimonio
indígena cubano, lo que por derecho e historia le corresponde: un
espacio expositivo con el apoyo necesario para que se oriente con
una proyección nacional. Que contribuya a la
preservación, valoración y enriquecimiento de este
acervo cultural. Un proyecto interdisciplinario y nacional que
obvie los mezquinos intereses regionales de algún
profesional.

Por otra parte, la actividad docente de estas instituciones,
en particular el Museo Antropológico, no se hace notar.
Poca relación se establece entre éste y las
facultades del centro universitario de La Habana. Por ejemplo, en
la Facultad de Artes y Letras, y dentro de los estudios de
Historia del
Arte con más de treinta años de Especialidad,
sólo se realizaron (hasta el año 1992) dos tesis de grado
que investigan la problemática indocubana. Algo
contradictorio y muy preocupante para una escuela que
está formando sus historiadores del arte. Sin dudas,
se hace necesario que el profesorado, la institución
universitaria y el Museo Antropológico, crean algún
tipo de estímulo académico que promueva dichos
estudios.

En lo que concierne a la enseñanza de estos contenidos, basta saber
que existe un escasísimo número de docentes
capacitados en el tema. En los últimos años, con el
curso Plástica Caribeña -bajo el distinguido
magisterio de Yolanda Wood-, parece entreverse un panorama
favorable a estas investigaciones. De la misma manera dos nuevos
trabajos de diploma recién se presentaron. Hechos que
apuntan hacia futuras modificaciones de las valoraciones
críticas que he emitido hoy con respecto al funcionamiento
docente de las instituciones citadas.

En los textos y conferencias, clases y postgrados de
profesores dedicados al estudio del arte cubano, salvo honrosas
excepciones, no se menciona ni por asomo el tema de las artes
aborígenes. E incluso, una gran mayoría de estos
dos grupos
(estudiantes y profesores) y ello extendido a todas las
facultades, desconocen la existencia del Museo
Antropológico Montané de la UH. Dato al parecer
desconocido también por José Pijoan. Qué
decir, además, de las jornadas y otras actividades
científicas y culturales universitarias, donde la cultura
indocubana "brilla por su ausencia".

Qué esperar entonces de esa gran parte de la población que no ha alcanzado siquiera
traspasar las fronteras cognitivas de este centro universitario
si, a todo lo anterior, se suma la limitada publicación de
textos que aborden este conocimiento,
siendo su impresión muy corta en número de
ejemplares con pésima o ninguna ilustración, o permanecen inéditos,
en papeles mimeografiados sólo (y no siempre) al alcance
de los especialistas.

En la prensa escrita
han salido esporádicos artículos relacionados con
las artes aborígenes, pero todavía son muy
limitados y muchos de poca valía. Libros de
Historia de Cuba editados en décadas pasadas para nuestras
escuelas, unos del rigor de un Fernando Portuondo y otros bajo la
orientación de Julio Le Reverend y con la
colaboración del arqueólogo José M. Guarch,
incluyeron en su primera unidad amplia información escrita e ilustrada sobre el
tema. Sin embargo, no se les dió el uso debido por cuanto
no se explotó esta información y con los cambios
ocurridos posteriormente en los programas de
enseñanza se editaron, sustituyendo a aquellos, nuevos
manuales de
menor calidad informativa e incluso con errores.

Por otro lado, no existen estudios sistemáticos
publicados que aborden la problemática simbólica o
la elaboración de ideas estéticas en torno a este
arte. Es decir, análisis que trasciendan la mera descripción de una pieza
arqueológica. Sobre este aspecto planteaba el
arqueólogo cubano René Herrera Fritot: "De su
técnica de hechura, del nivel artístico que expone
en su diseño
o estilización, de su variación intrínseca
hacia otros tipos, o la inversa, de donde deriva, poco se dice en
realidad" (1964:10). Todavía hoy, en los eventos y
simposios sobre estudios del arte cubano, no se ha incluido el
tema de las artes aborígenes. Aún no logra superar
los tradicionales marcos de los eventos arqueológicos.

Finalmente, y como alternativa al insuficiente proceso
editorial impreso, el Departamento de Arqueología del
Centro de Antropología y el Centro de Diseño de
Sistemas Automatizados, ambos del CTMA, han dado a la
luz un
CD sobre
arqueología aborigen cubana. Encomiable esfuerzo que poco
puede resolver dentro de Cuba porque esta tecnología
está al alcance de muy pocas manos. Es hoy este CD un
souvenir mas en una tienda "área dólar".

Para saber quiénes somos debemos conocer todo el
espectro de nuestras más ricas raíces culturales.
Si somos un pueblo mestizo, lo cual enriquece nuestro acervo
cultural, en buena medida se lo debemos también a esos
primeros cubanos, quienes habitaron durante más de siete
mil años este archipiélago, dieron perdurable
nombre a nuestra tierra y a
cientos de sus accidentes
geográficos, se alimentaron de sus frutos y peces, fumaron
su tabaco y se
mecieron en el algodón
de sus hamacas para dormir la siesta de su casabe y meridiano
sol.

Los cubanos de hoy, principalmente aquellos interesados por el
campo del arte, deben conocer que existen en la isla valiosas
colecciones de objetos aborígenes de elevada factura
técnico-estilística que demuestran, con creces, la
facultad creativa de aquellos cubanos del pasado.

Al respecto, el crítico de arte Gerardo Mosquera
anotaba que: "El más remoto pasado de la plástica
cubana no es el de los artesanos europeos que ha comienzos del
siglo XVI se establecieron en las villas nacientes. Tampoco el de
la alfarería, la escultura y la pintura de los
indios Taínos. Es uno aún más subestimado,
al extremo de que casi se le ignora fuera del ceñido medio
de los arqueólogos o, por contrapartida, en el caso de
alguna manifestación espectacular, del muy amplio del
periodismo
pintoresquista. Me refiero a las tallas y a las pinturas de los
primeros pobladores de nuestro archipiélago, aquellos
indígenas de origen enigmático que no
conocían la agricultura ni
la cerámica, pero que fueron los primeros en
hacer arte en Cuba (…) La plástica de estos hombres es
la más llena de misterio de todo nuestro patrimonio
cultural" (1983:15).

Para los escépticos ante estos estudios, o todo lo
contrario, para los que gustan de incertar en el plano
internacional la problemática del arte y el ego cubanos,
plantea el propio Mosquera que: "En este aspecto es interesante
señalar (por ejemplo) que Punta del Este (Isla de Pinos)
es una clara muestra de la tendencia hacia el geometrismo del
arte rupestre americano más antiguo, contrario a la
voluntad mimética de su igual europeo. Problema poco
analizado, porque del deslumbramiento de los estudiosos ante las
maravillas de Altamira, Lascaux, Combarelles y toda la pintura
paleolítica del Franco-Cantábrico, unido al
desconocimiento de otros múltiples ejemplos de arte
rupestre en el mundo, llevó a sacar conclusiones
precipitadas de un caso particular. Esto ha motivado que
todavía en la mayoría de las historias del arte se
plantee un modelo
típico de nacimiento y evolución de la pintura primitiva (…) –
naturalismo paleolítico – estilización
mesolítica – geometrismo neolítico. Este
planteamiento es sólo aproximativo a los hechos peculiares
de una parte del mundo en una etapa determinada -y aún
así no deja de ser problemático y
heurístico-, pero en modo alguno debe ser tomado como una
secuencia general" (1983:43).

III

Cuando confrontamos las palabras "Al Lector", del volumen I de la
última edición
(1980) de la Historia General del Arte, editorial
Espasa-Calpe S.A., con la de aquella primera edición de
1931, nos percatamos que es la misma: palabra por palabra.

En el Library of Congress Catalogy, National Union
Catalg. Vol.91, 1971-1973, impreso en los Estados Unidos,
en su edición de 1978, página 516, aparece que el
crítico de arte José Pijoan Soteras, nacido en
1881, muere en el año 1963. Sin embargo, en estas notas
"Al Lector" -sin explicación y por ser la misma de 1931-
Pijoan se encuentra actualmente (1980) asociado al Departamento
de Arte de la Universidad de Chicago.

Pero más que eso, este tomo I de Summa Artis, dedicado
al Arte de los Pueblos Aborígenes, se encuentra
reeditado por octava vez, cincuenta años después de
su primera edición, sin aclaraciones ni ampliación
de su información. A sabiendas de que este período
del arte mundial está expuesto a constantes cambios y
reevaluaciones de sus postulados teórico-crítico
por los reiterados hallazgos arqueológicos, así
como por los continuos aportes de otras ramas de las ciencias
como la etnografía, la etnología, la
antropología, la mitología y la
lingüística, entre otros, que han
enriquecido el
conocimiento de estas etapas del desarrollo
cultural humano, mediante una perfección de las técnicas
para recoger y explicar los datos.

Habría que analizar, de inicio, dos situaciones
fundamentales. Primero, cuando Pijoan realiza este trabajo en
1931, los estudios sobre las indoculturas antillanas ciertamente
no contaban con la riqueza de información y con la enorme
cantidad de evidencias
materiales que
ya se dominan. Pero esto no demerita la importancia de un
considerable cúmulo de trabajos escritos y publicados,
junto a un sinnúmero de piezas arqueológicas que ya
se conocían en los primeros treinta años de este
siglo y que indudablemente poseen un alto valor
simbólico.

Lámina 3

Lámina 3. Diferentes vistas del "ídolo
de Bayamo" expuesto en el Museo Montané.
Fotomontaje realizado por Marlene García para esta
web.

Al respecto, cito a Dacal y Rivero: "En la última
década del siglo XIX, el profesor
Montané, y el Dr. Carlos de la Torre y Huerta realizaron
investigaciones arqueológicas, que agregaron una buena
cantidad de elementos materiales para juzgar nuestras primitivas
comunidades. Se abría la posibilidad de iniciar un estudio
arqueológico de estos grupos con sus propios restos
materiales, no obstante, el resultado más conocido de
aquellos estudios fue la obra del doctor Carlos de la Torre,
publicada en varias ediciones y donde planteaba una
división para nuestras comunidades primitivas ajustada a
las descripciones de cronistas, pero llamando ciboney a los
grupos ceramistas aruacos haciendo una descripción de sus
costumbres y artefactos bastante ajustada a las evidencias
colectadas" (1986:64).

Otros autores, como el geógrafo y arqueólogo
español
Miguel Rodríguez Ferrer (quien inició los estudios
de antropología aborigen en Cuba a partir de sus
descubrimientos de 1847), Arístides Mestre, Felipe Poey,
su hijo Andrés Poey, José Antonio Cosculluela,
Fernando Ortiz (quien publicó en 1922 una Historia de la
arqueología indocubana en 107 páginas), entre
otros, también publicaron sus trabajos a través de
las diferentes instituciones que existieron en su momento.
Instituciones oficiales o alternativas que poseían medios
de publicación que permitían conocer los reportes
de los trabajos de campo y las investigaciones y resultados
teóricos que se realizaban, lo cual posibilitó
incentivar dichos esfuerzos y llegar a los primeros esquemas
sobre las iniciales agrupaciones humanas asentadas en el
archipiélago cubano.

A estos hay que sumar los diversos estudios y excavaciones que
en los primeras dos décadas realizaron arqueólogos
norteamericanos. En 1904 viene a Cuba el Dr. Fewkes, el cual
"revisó algunas colecciones de arqueología cubana
(…) y publicó un interesante trabajo titulado Las
culturas prehispánicas de Cuba" (Dacal y Rivero, 1986
:33).

Le suceden dos importantes investigadores: "en 1914, el
arqueólogo norteamericano Theodoor de Booy, del Museo del
Indio Americano, Heye Foundation de New York, realiza en dos
ocaciones exploraciones por el extremo oriental de Cuba (…) El
material colectado provocó que el Museo del Indio
Americano preparara un plan más
ambicioso para estudiar arqueológicamente a Cuba.

Este plan fue encomendado a otro arqueólogo
norteamericano, Mark R. Harrington, quien lleva a cabo en 1915
una vasta serie de exploraciones, tanto en la provincia de
Oriente como en la de Pinar del Río" (Guarch, 1978
:40-41). Sobre este último arqueólogo conocemos que
"el estudio de las colecciones aborígenes existentes en
aquellos momentos y una serie de excavaciones (…) lo llevaron a
escribir una importante obra titulada Cuba antes de
Colón
, la cual se puede considerar como un
clásico de la arqueología norteamericana para la
Antillas Mayores. En este libro (de
1921) Harrington deja establecido la existencia de dos culturas
aborígenes en nuestro país: la taína y la
ciboney, considerando la primera de origen sudamericano y la
más altamente desarrollada" (Dacal y Rivero, 1986:33).

Lámina 4

Lámina 4. Diferentes vistas de la talla tubular
de madera
conocida por "ídolo del tabaco" y que es pieza
emblemática del Museo Montané desde 1906.
Fotomontaje realizado por Marlene García para esta
web.

Como hemos podido apreciar, la información para el
momento no era nada despreciable y además bien autorizada.
Al respecto, la obra titulada Arqueología Aborigen de
Cuba
de Dacal Moure y Rivero de la Calle (1986), expone
amplia información sobre los trabajos que se publicaron
durante todo ese período.

En segundo lugar, y se deriva de todo lo anterior, es
totalmente absurdo (y hablo en términos culturales, no
económicos) que en 1980 se vuelva a editar este mismo
trabajo de Pijoan, donde inclusive se plantea que "los indios
antillanos parece que habían podido pasarse sin el arte".
Simplemente Espasa-Calpe S.A. evidencia su incapacidad en la zona
que nos ocupa y su total desinterés por los casi 150
años de estudios de antropología y
arqueología aborigen en Cuba y las Antillas.

Hasta aquí podemos concluir que, al referirse a estas
artes aborígenes en aquel primer tomo de la edición
príncipe de 1931, José Pijoan, hombre de
vasta sapiencia, lo cual se corrobora por una extensa obra
escrita de historiador del arte, parece desconocer tres fuentes
documentales disponibles en ese momento:

-en primer lugar, no estuvo al corriente de las excursiones
arqueológicas (con importantísimos hallazgos de
obras simbólicas) que se vinieron realizando desde los
años finales de la primera mitad del siglo XIX cubano;

-en segundo lugar, no consultó informes y
trabajos publicados por autores no ya sólo cubanos, sino
también por reconocidos arqueólogos norteamericanos
y de otros países, que realizaron importantes labores de
excavación en diversas islas de las Antillas, incluyendo a
Cuba;

-y en tercer lugar, se evidencia que no examinó
minuciosamente las conocidas Crónicas de Indias,
elementales textos de inevitable consulta para cualquier
indagación que se quiera iniciar sobre las artes
indoantillanas.

Sobre este último punto es necesario subrayar la
importancia de ese pequeño texto del
fraile jerónimo Ramón
Pané, Relación acerca de las
antigüedades de los indios
, pues como anotara
José Juan Arrom -al revisar y estudiar el mismo- "marca un hito en
la historia cultural de América. Compuesta en la isla La
Española en los primeros días de la conquista, es
la única fuente directa que nos queda sobre los mitos y
ceremonias de las Antillas. Si se tiene en cuenta que se
terminó de redactar hacia 1498, su importancia trasciende
los límites
insulares: resulta, por su fecha de composición, el primer
libro escrito en el Nuevo Mundo en un idioma europeo. Y como fray
Ramón fue también el primer misionero en aprender
la lengua e
indagar las creencias de un pueblo indígena, su
Relación constituye la piedra angular de los estudios
etnológicos en este hemisferio" (1990:3).

La imprescindible y completa lectura de
estos libros le hubiera evitado a Pijoan caer en tan lamentables
errores.

Un compendio del arte universal, por su extensión,
adolece de no ser justo ni certero en todas sus apreciaciones. Es
tanto el campo del conocimiento artístico que se intenta
abarcar, y así lo asegura Espasa-Calpe cuando en sus notas
"Al Lector" anota que aspira "no sólo a recoger las
noticias de
cuanto se ha hecho en el arte, sino también a definir el
carácter con que hasta hoy se ha desarrollado la
evolución artística de la humanidad", y sin
embargo, ciertas particularidades se les evaden. Las aspiraciones
y los resultados no van de la mano.

Realmente es poco, desde el punto de vista cuantitativo, lo
que Pijoan dedica al estudio de las artes aborígenes de
las Antillas: tres páginas. Y en lo cualitativo el
resultado es calamitoso por la escasa información que el
texto ofrece y por la abundancia de errores de contenido. En
definitiva, no podemos menos que salirle al paso a este tipo de
literatura que
pretende, a la historia del arte indígena de estas
antillas, pasarle -como se diría en el argot popular-
"gato por liebre". Como anotara Mario Consens, es esta una
literatura que "en lujosas ediciones multicolores "arman",
"crean", en base a sugestivos diseños tomados en forma
aislada, una serie de maravillosas (por las propiedades que les
asignan) estilos en América" (1987:263). Y peores cosas
hace: niega partidas de nacimiento. Por ello, para percatarnos
del engaño, habrá que secar esa laguna… la de la
ignorancia.

Ciudad de La Habana, 1992.

Fuentes

ARROM, José Juan (1990): "Relación acerca de las
antigüedades de los indios de Ramón
Pané". Editorial Ciencias
Sociales, La Habana.
ARROYO, Anita (1943): Las artes industriales en Cuba.
Cultural S.A., La Habana.
CONSENS, Mario (1987): "Los mitos y la realidad en los procesos de la
investigación". Actas del VIII Simposium
Internacional de Arte Rupestre Americano
. Santo Domingo,
República Dominicana, :255-271.
DACAL Moure, Ramón y Manuel Rivero de la Calle (1986):
Arqueología Aborigen de Cuba. Editorial Gente
Nueva, C. de La Habana.
GALICH, Manuel (1979): Nuestros primeros padres. Casa de
las Américas, C. de la Habana.
GUARCH, José M. (1978): El taíno de Cuba.
Academia de Ciencias de Cuba (ACC).
HERRERA Fritot, René (1964): Estudio de las hachas
antillanas
. Departamento de Antropología,
Comisión Nacional de la ACC.
MONTANÉ Dardé, Luis (1909): "Sobre el estado de
las ciencias antropológicas en Cuba". Archivo
Montané del CEHOC, Carpeta 5, Documento 93.
MOSQUERA, Gerardo (1983): Exploraciones en la plástica
cubana
. Editorial Letras Cubanas. La Habana.
PIJOAN Soteras, José (1931 y 1980): "Arte de los pueblos
aborígenes". Historia General del Arte. Editorial
Espasa-Calpe, S.A., Madrid.
PORTUONDO, Fernando (1975): Historia de Cuba 1492-1898.
Editorial Pueblo y Educación, La
Habana.

 

 

 

 

 

Autor:

José Ramón Alonso Lorea

Creador del sitio web EstudiosCulturales

Partes: 1, 2
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